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En la década de 1550 las procesiones de Semana Santa no eran una novedad absoluta, pero sí algo reciente y desde luego muy distintas a lo que luego fueron. La Iglesia católica celebraba todavía el Concilio de Trento, que fijó su doctrina, su liturgia y sus formas para los cuatro siglos siguientes. La predicación con procesiones en la calle, sobre todo en el Triduo Sacro, estaba a punto de empezar a dejar de ser una opción para empezar a ser lo general, y de ahí daría el salto a una tradición en que se uniesen lo religioso y lo humano, lo espiritual y lo solemne.

Córdoba era entonces una ciudad pequeña, con apenas 30.000 habitantes que apenas recordaban el esplendor mundial que sus antepasados habían tenido en la época del Califato. Quedaba en pie como Catedral la vieja Mezquita y las murallas que habían protegido el antiguo caserío con sus dos partes: la Medina, o ciudad alta, que fundaron los romanos, y, más al este de las calles que hoy son Alfaros y San Fernando, la Ajerquía o ciudad baja. En ella, como en cualquier ciudad cristiana de la época, las horas latían al compás de las campanas de sus parroquias con nombres de apóstoles y santos del primer cristianismo, y en los púlpitos de los conventos de las órdenes mendicantes los predicadores explicaban la palabra de Dios.

En la década de 1530 había ya una cofradía de penitencia en las calles de Córdoba con la misma advocación que otras muchas que fundaron la Semana Santa en sus ciudades: la Vera-Cruz, que tenía su casa en el convento de los franciscanos de San Pedro el Real. Salía el Jueves Santo con disciplinantes de túnica blanca. Debió de impresionar aquella espiritualidad de raíz bajomedieval en que los cofrades purgaban sus pecados con la penitencia pública de mortificarse la espalda con látigos para recordar la Pasión de Cristo, y a partir de ahí surgieron muchas más.

La segunda fue la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias. Las hubo que nacieron de la transformación de hermandades hospitalarias más antiguas, como el Santo Crucifijo y Jesús Nazareno, y también las Angustias tenía raíces. La advocación e iconografía de la Virgen recibiendo el cuerpo muerto de Cristo estuvo ligada a la tarea del Beato Álvaro de Córdoba, el dominico que fundó el convento de Santo Domingo de Scala Coeli y difundió el rezo del Vía Crucis. En su celda tenía una imagen de la Virgen de las Angustias en yeso a la que rezaba con mucha devoción. Murió en 1430, un siglo y medio antes de que haya noticias de su cofradía, aunque también en San Pablo, el gran convento dominico en el casco urbano de Córdoba, había por influencia suya una imagen de esta advocación.

La cofradía, eso sí, no aparece allí, sino en el convento de San Agustín, uno de los primeros que se crearon al conquistarse Córdoba. El 13 de marzo de 1558 los cofrades de la hermandad firmaron un acuerdo con los religiosos de San Agustín por el que éstos cedían la capilla de la Magdalena del convento bajo ciertas condiciones, como que todas las funciones las tenían que hacer los frailes de la casa. Es el momento que suele darse como de fundación aunque sería más exacto decir que es la fecha más antigua conocida, porque la hermandad ya debía de existir un poco antes. Pero a partir de entonces cobra vida como cofradía de penitencia.

En 1578 se aprobaron sus reglas, que la hermandad conserva y que llegaron con vigencia y pocas adaptaciones hasta el siglo XX. Allí se establece que en su procesión de la tarde del Viernes Santo los cofrades vestirán túnica basta de color morado, abierta por la espalda para la disciplina, y que las hermanas podrán acompañar, pero descubiertas y con cirios, nunca flagelantes. En aquellos años la Semana Santa y sus cofradías se multiplican: en esa década nace la cofradía de Jesús Nazareno, que haría estación al alba del Viernes Santo, y se incorporan a la tarde de ese día otras dos: el Santo Sepulcro, entonces en el convento del Carmen de Puerta Nueva, y la Soledad, en el convento de la Merced. También se habla en aquellas reglas de la necesidad del socorro mutuo y de la ayuda a los hermanos necesitados, fundamental en las cofradías primitivas.

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