Siglo XVIII-XIX: Venciendo a los elementos

La cofradía mantuvo su esplendor en las décadas siguientes y en 1722 tuvo la suficiente fuerza para pleitear por la posesión de sus imágenes. La comunidad de frailes agustinos pretendía la propiedad del Cristo y de la Virgen al entender que las había pagado Fray Pedro de Góngora, pero la corporación demostró ante distintos tribunales, con los recibos en la mano, que en realidad el religioso había actuado de intermediario, pero que el pago lo había hecho la cofradía. Duró este enfrentamiento hasta el año 1729.

Para entonces la fiesta iba cambiando y estaba a punto de llegar una etapa de decadencia de las cofradías. Su forma de entender la religión y la penitencia empezaba a verse como propia de otra época. La Ilustración ya empezaba a hacer valer otros conceptos distintos. De 1744 es el edicto del obispo Miguel Vicente Cebrián que prohíbe las disciplinas, los penitentes cubiertos y las colaciones que iban después de la procesión, y que empieza a querer encauzar a las cofradías por el procedimiento de atacar una parte importante de su forma de ser entonces.

Con todo, las Angustias no percibió la decadencia de otras muchas cofradías, que a finales del siglo XVIII empezaron a desaparecer o que ni siquiera podían salir en procesión. En 1771 todavía se encargó la magnífica peana tallada y dorada que funcionó como paso y para ensalzar a las imágenes en su camarín, con los evangelistas atribuidos a Juan Xavier Cano. De aquellos años es la unión con los monasterios femeninos, sobre todo el de Santa Marta. La cofradía pasaba por allí en su estación de penitencia.

Las desgracias se sucedieron para las cofradías casi todo el siglo XIX, aunque las Angustias volvió a superarlas todas. En 1810 los franceses ocuparon Córdoba y usaron San Agustín como retablo. La cofradía pudo sacar de allí sus imágenes y se trasladó a San Nicolás, aunque perdió parte de su patrimonio. Las imágenes estuvieron allí hasta 1815 en que pudieron volver, cuando la guerra de la Independencia había terminado. Salieron junto a otras en la Semana Santa de 1819 sin sospechar que sería la última en tres décadas. En 1820 el obispo, Pedro Antonio de Trevilla, publicó un reglamento que establecía una sola procesión, sin túnica, alhajas ni palios, y sólo con ciertas imágenes, en la tarde del Viernes Santo. La Virgen con el cuerpo de su hijo en brazos ni siquiera estaba. Las delicadas cofradías cordobesas no lo soportaron y ni aquella procesión se pudo hacer.

Otras cofradías desaparecieron, pero las Angustias continuó celebrando sus cultos. De aquellos años es el septenario, que unas veces se hacía en plena Semana Santa (cuando no había procesión) y otros en Cuaresma, y que hoy sigue siendo el principal culto a Nuestra Señora de las Angustias. En 1849 el Ayuntamiento, no las cofradías, rescató la Semana Santa y se dispuso a organizar la procesión oficial del Santo Entierro, con las pocas cofradías que habían quedado de la época anterior, o con imágenes que ni siquiera tenían hermandad. Las Angustias se incorporó a partir de 1851 y rara vez faltó a la cita.

Conforme avanzó el siglo XIX la cofradía buscó su sitio fuera de la procesión oficial del Santo Entierro y en ocasiones salía el Martes, Miércoles o Jueves Santo aunque también lo hiciera el Viernes Santo. O desplazaba a sus imágenes hasta la Compañía en procesión solemne el día anterior. Por el camino recuperó sus hábitos nazarenos, a que a partir del siglo XIX serían negros. Una fotografía sirve para ilustrar esta época: la Virgen, sobre su peana, está en un sencillo paso en el interior de San Agustín. Es 1890 y es la imagen más antigua conocida de la Semana Santa de Córdoba.

 

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